RUINAS DEL PALACIO REAL DE LA GRANA Puente la Reina

 

Qué duda cabe que Puente la Reina es una de las localidades más monumentales de Navarra. La iglesia de Santiago, la Iglesia el crucifijo, o el hermoso puente medieval que da nombre a la villa hacen de este lugar un sitio de visita imprescindible para cualquiera que se acerque a Navarra. Pero además de los monumentos más conocidos de la localidad, también Puente la Reina guarda rincones muy especiales y desconocidos.
Uno de ellos son las ruinas del Palacio Real de la Grana. Prácticamente del palacio no queda nada, pero hay que imaginarlo cuando era utilizado por los reyes navarros de dinastía Evreux que desde Olite se desplazaban junto al río Arga para su solaz veraniego.


Aunque hay datos de que los reyes navarros tuvieron desde la fundación de Puente la Reina algún tipo de residencia en la villa, fue en tiempos de Carlos II y sobretodo con Carlos III cuando la residencia en Puente la Reina pasó a ser un magnífico palacio real con todo tipo de comodidades y con hermosa huerta y jardín. Una de las estancias más prolongadas de los reyes en este palacio fue en el año 1412 debido a la peste que asoló Olite, lugar donde estaba el palacio principal de estos reyes, el actual castillo-palacio de Olite.
Desgraciadamente la gran ríada de 1787 destruyó la mayor parte del palacio del que hoy se conserva el gran muro junto al río. Bajo el muro mana la fuente de La Grana.

Muro del Palacio  Real de La Grana
Para llegar a las ruinas del palacio tenemos que coger un camino de tierra que junto a la orilla del río nos lleva hasta el lugar al que se accede bajando unas escaleras. El muro que vemos a la derecha es parte fue el gran palacio. Un poco más adelante, casi inaccesible por la vegetación de la ribera, quedan los restos de una torre. 
Este rincón sigue siendo hoy un lugar muy hermoso. Bajo la muralla vemos cómo nace una fuente cuyas aguas enseguida van a fundirse con las aguas del río Arga. Una mesa y bancos de cemento nos hacen más cómodo el lugar.
Y tres grandes árboles se alzan imponentes como si fueran la reencarnación arborea de los guardianes del desaparecido palacio: dos grandes plátanos que dejan caer de manera casi poética sus ramas hacia el río y un enorme chopo que supera en altura al muro del palacio.
Cuando uno está junto a las ruinas del Palacio de la Grana, oyendo a los pájaros y el suave sonido de las hojas mecidas por el viento, entiende porque este lugar fue elegido por los reyes. El agua, los árboles y la tranquilidad del paraje seguro que eran un bálsamo que aliviaba las preocupaciones de los monarcas y que hoy también nos transmite a nosotros cierta paz que no deja de tener su lectura filosófica. Viendo el gran muro que fue resto de un palacio al que seguro no le faltaron todo tipo de lujos no podemos dejar de pensar en lo efímero de las cosas humanas, en como lo que se construyó probablemente con afán de eternidad hoy sólo es un recuerdo. Ante el gran muro, en cambio, la naturaleza sigue mostrando su belleza igual que lo haría cuando Carlos III el Noble se asomaba a la muralla a contemplar el río. Y entre tanto pensamiento el Arga sigue fluyendo...



© Julio Asunción

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